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Traductores traidores! El subtítulo y su vanidad

Crecimos viendo películas extranjeras en su versión original, subtituladas. El doblaje nos pareció desde siempre una aberración, una canallada. Escuchar a Woody Allen doblado por una voz madrileña nos produjo desde siempre un profundo desaliento. No hay manera de explicarlo, a menos que uno pueda hacerlo, que es exactamente lo que voy a intentar en las próximas líneas de las que puede desprenderse la idea de la importancia de un subtitulado acorde con la intención. (ver video mas adelante)


Photo por Henry Weinschenk
Diego Trerótola y Montes-Bradley, Mar del Plata 2019

Voy a comenzar por circunscribir mi argumento a la tediosa labor de subtitular mi propia película (Buscando a Tabernero), con algunos diálogos en castellano, al inglés. Me refiero, concretamente, a la escena en la que Diego Trerótola se explaya sobre el trabajo de Pablo Tabernero en “Vidalita” (1949), un filme de Luis Saslavsky.

La cámara se encuentra en el centro de un círculo casi perfecto sobre el que Trerótola se desplaza manteniendo un radio constante, o casi constante. El divertimento evoca una maniobra similar que intenté con Martín Caparrós durante el rodaje de “Crónicas Mexicas” (2005), y como no hay dos sin tres volveré a jugarme en la primera oportunidad que tenga de no marearme. Durante el transcurso de la toma de 2:20 minutos, Trerótola relata directamente a cámara sus impresiones acerca de la labor de Tabernero en aquel legendario filme, casi un culto entre los que saben de cine argentino, en el que la actriz Mirtha Legrand hace las veces de gaucho, es decir de una mujer travestida lo que en tiempos del breve reinado de Eva Perón pudo haber sido tomado de mala manera. Pero Trerótola sabe que mi documental no está dirigido a comentar la obra de Saslavsky, sino la de su director de fotografía y ahí es donde talla el cultor de curiosidad, el crítico devenido agudo observador.


Podría explayarme cómodamente en torno a sus reflexiones, pero sería mejor remitirse a la secuencia subida en la canaleta YouTube. Lo que sí me gustaría señalar, es que el subtitulado me costó un gaucho y la yema del otro, porque dicho sea de paso no es lo mismo un western que la gauchesca, y que no hay dios que nos entienda porque somos una raza verbal que sólo se entiende a sí mismo. Digo, yo entiendo lo que dice Diego Trerótola, pero acepto que ese decir es tan sabio como hermético. Ahí es precisamente donde me identifico más con el testimonio -quizá- que con el mismo objeto del documental. Traducirlo es otra cosa. Creo que en casos como este la traducción debe ser realizada por el autor de la película.

Con frecuencia volcamos denodados esfuerzos en la realización de trabajos para después confiarle a a otros el subtitulado de nuestras preciosuras. Deberíamos ser más precavidos. El subtítulo importa, casi tanto como no escuchar a Woody Allen en la irrisoria voz de un madrileño trasnochado.

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